Por Mario Della Rocca *
La pandemia del Covid-19 que azota a hoy a la humanidad es una radiografía panorámica sobre la actualidad del orden internacional, de cada una de las regiones y naciones, de las diversas formas que asumen las unidades societarias y de cada uno de los seres humanos que habitamos el planeta.
Esa radiografía se extiende a todos los órdenes de la convivencia humana en sociedad. La cultura, entendida en toda su extensión, es uno de esos órdenes al que debemos prestar suma atención en el presente mirando hacia un incierto y cambiante futuro.
El pensamiento de Antonio Gramsci abrevó en el marxismo y en el leninismo con originalidad, complementando ambas doctrinas, en la teoría y en la praxis, en temáticas que Marx y Lenin apenas habían esbozado o no eran considerables de manera determinante en el tiempo histórico y político en que habían vivido. Por ello Gramsci, por ejemplo, destacaba que Marx había previsto lo previsible, de ninguna manera normas absolutas fuera de las categorías del tiempo y del espacio, categorías tan esenciales a la hora de considerar el desarrollo de una sociedad. La concepción de la cultura en un sentido amplio y profundo, y su desarrollo asentado en su carácter nacional y popular, en la era de la civilización de masas, es donde Gramsci profundizó en la senda de una categoría que ya es parte de la teoría política universal: la hegemonía y la radiografía de su construcción.
Primariamente, Gramsci aborrecía la cultura entendida como saber enciclopédico, que generaba un “intelectualismo cansino e incoloro”, y le contraponía la cultura entendida como creación espiritual, individual y social en un proceso histórico. Ella generaría auténticos intelectuales diseminados en el cuerpo social, en el marco del concepto gramsciano que intelectuales de alguna manera somos todos, aunque algunos desarrollen la “función intelectual” de manera más firme y orgánica.
En un artículo de prensa de su juventud, titulado “Socialismo y cultura”, señala enfáticamente:
(…) “Hay que deshabituarse y dejar de concebir la cultura como saber enciclopédico, en el que el ser humano no es visto más que bajo la forma de recipiente que hay que llenar de datos empíricos, de hechos en bruto y desconectados que él después deberá encasillar en su cerebro como en las columnas de un diccionario, para poder responder después, en cada ocasión, a los diversos estímulos del mundo externo. Esta forma de cultura es verdaderamente dañina (…)
Continuando con la distinción tajante entre cultura e intelectualismo, en este marco Gramsci además analiza comparativamente las diferencias entre este último y el trabajo manual de un obrero calificado.
(…) El estudiantillo que sabe algo de latín y de historia, el abogadillo que ha logrado arrancar una birria de título a la desidia y al dejar pasar de los profesores, creerán que son distintos y superiores incluso al mejor obrero especializado que realiza en la vida una tarea bien precisa e indispensable, y que, en su actividad, vale cien veces más de cuanto valgan los otros en la suya. Pero ésta no es cultura, es pedantería; no es inteligencia, sino intelecto (…)
El intelectual sardo trabajó arduamente sobre aspectos que constituyen la cultura popular, tales como la educación, los medios de comunicación, la religión, el folklore, etc., todas formas de relacionamiento social que contribuyen a la constitución del “sentido común” de una sociedad. Aspiraba a que de este “sentido común” (al que proponía apreciar y estudiar profundamente) se evolucionara hacia un “buen sentido”, que permitiera la toma de conciencia de los ciudadanos sobre su papel en su sociedad y en el mundo. Así entendía la cultura, y lo expresaba enfáticamente:
“La cultura es algo muy distinto. Es organización, disciplina del propio yo interior, es toma de posición de la propia personalidad, es conquista de una conciencia superior, por la cual se alcanza a comprender el propio valor histórico, la propia función en la vida, los propios derechos y los propios deberes. Pero todo esto no puede suceder por evolución espontánea, por acciones y reacciones independientes de la propia voluntad, como sucede en la naturaleza vegetal y animal, en la cual cada individuo selecciona y especifica los propios órganos inconscientemente, por ley fatal de las cosas. El ser humano es sobre todo espíritu, es decir, creación histórica, y no naturaleza. (…) Esto quiere decir que toda revolución ha sido precedida de un intenso trabajo de crítica, de penetración cultural, de difusión de ideas a través de agregados de seres humanos (…)”.
Luchaba por la creación de una cultural integral, específicamente italiana, y luego europea y mundial, que tuviera las características de masas de la Reforma Protestante y del Iluminismo francés y las características de clasicismo de la cultura griega y del Renacimiento italiano. Así contribuyó a dotar de valor al campo de la superestructura, según la tipología marxista, en relación dialéctica con la estructura objetiva de la sociedad. De este concepto nacía que la disputa por el poder político y económico en una nación debía ser acompañada por una batalla intrínsecamente cultural, que generara los grados de conciencia necesarios para acometer con posibilidades de victoria el camino de los cambios revolucionarios. Cambios que operarían sobre una sociedad burguesa donde prima el individualismo, que convierte en subordinación pasiva y conformismo de las masas hacia los poderes dirigentes y dominantes.
Ya en los inicios de 1916 –era un joven de 23 años– escribía en “Il Grido del Popolo” la necesaria relación entre la labor cultural y los cambios transformadores en una sociedad.
“El hombre es sobre todo espíritu, es decir, creación histórica y no naturaleza. De otro modo no se explicaría porque habiendo existido siempre explotados y explotadores, creadores de riqueza y consumidores egoístas de ésta, no se ha realizado todavía el socialismo. Ocurre que la humanidad sólo ha adquirido conciencia de su propio valor paso a paso, lentamente (…) Y esta conciencia se ha formado no bajo el aguijón brutal de las necesidades fisiológicas sino con la reflexión inteligente primero de algunos y después de toda una clase, sobre las razones de ciertos hechos y sobre los mejores medios para convertirlos de ocasiones de vasallaje en signos de rebelión y de reconstrucción social. Esto quiere decir que toda revolución ha sido precedida de una intensa labor de crítica, de penetración cultural”.
Y agregaba en otro texto, específicamente en la relación entre cultura y poder:
“Un grupo social puede llegar a ser, de este modo, dirigente incluso antes de conquistar el poder gubernamental (y ésta es una de las condiciones principales para la conquista del poder precisamente); después, cuando ya ejerce el poder, y aunque lo tenga fuertemente en sus puños, se convierte en dominante, pero debe seguir siendo dirigente”.
El intelectual sardo manifestaba que la Revolución Francesa había encontrado sus límites justamente por su incapacidad para irradiar previamente un cambio cultural, en los términos de libertad, fraternidad e igualdad, en el conjunto de la sociedad francesa. El énfasis en la cultura enraiza con lo que llama la necesidad de “una reforma cultural y moral”, un empoderamiento de la sociedad, para la formación de una voluntad colectiva de cambio social. En síntesis, las fases cultural y política, en los campos de la sociedad civil y de la sociedad política, de una estrategia de cambio social profundo y perdurable en el tiempo.
Mientras sobrevivía a las condiciones carcelarias impuestas cruelmente por el fascismo mussoliniano y continuaba padeciendo sus crónicos problemas de salud, en el año 1927 Gramsci se planteaba escribir sistemáticamente iniciando sus reconocidos Cuadernos de la cárcel. Aún limitado en la bibliografía y documentación que recibía en el presidio, afirmaba: “(…) Se necesitaría hacer algo ‘für ewig’ (para siempre), en fin, quisiera, según un plan preestablecido, ocuparme intensa y sistemáticamente de algún proyecto que me absorbiera y centralizara mi vida interior”. Así, para la teoría política universal quedó su gran obra, ‘für ewig’, junto a su testimonio como revolucionario.
En el conjunto de su desarrollo intelectual, podemos afirmar que en el campo teórico general, el concepto y desarrollo que se cristalizó en la historia “para siempre” de manera extraordinaria fue el de la cultura popular, con su extensión al campo de la cultura política. Sin dudar, Gramsci en ello puede ser considerado como el más grande teórico político de Occidente, reconocido por grandes masas en todo el mundo e inscripto definitivamente en el corpus de las ciencias sociales y políticas.
(*) Mario Della Rocca es historiador, escritor, periodista y profesor universitario. Autor de los libros “Gramsci en la Argentina. Los desafíos del kirchnerismo”, “La Cámpora sin obsecuencias. Una mirada kirchnerista” y “Macri & Durán Barba. Globos, negocios, círculo rojo y guerras sucias”. Miembro de la Fundación Acción para la Comunidad (FAPC) y del Centro de Investigación Académico Latinoamericano (CEDIAL). Coeditor de la revista “Comunidad y desarrollo en la batalla cultural” y colaborador de diversas publicaciones argentinas y latinoamericanas. Coordinador del grupo Gramsci en la Argentina en la red social Facebook.
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Desde ya, son Bienvenidos.
Tener en cuenta la cultura es muy importante en estos tiempos de pandemia.
Excelente analisis desde el pensador de mayor actualidad.