Por el Dr. Alberto Carli
Los hombres de Estado tomaron particular importancia en la Modernidad. El surgimiento de la universidad napoleónica se debe a ese pensamiento. La institución era la destinada a dotar al Estado de los hombres que lo condujeran.
En estos tiempos tal condición ha sido bastardeada dentro de ese movimiento cultural e histórico, que nunca alcanzó a tener unidad doctrinaria como para ser considerado de tipo filosófico pero que exhibió muestras de vitalidad a partir de los mediados del Siglo XX, el Posmodernismo.
Caracterizado por su feroz crítica a la Ciencia, un fuerte posicionamiento en lo discursivo, el desconocimiento de la lucha de clases y la negación de los Grandes Relatos de Occidente no recordamos en el marco de nuestro país una mejor expresión que aquella que la ya olvidada Adelina Dalesio de Viola enunciaba cuando decía que “los proletarios ahora sólo lo que desean es ser propietarios”.
Este corto racconto histórico viene a cuento de que estamos en tiempos en los que pareciera que la eficiencia y la eficacia son los valores más altamente considerados a la hora de evaluar a aquellos a los que la sociedad ha de confiar sus destinos. Dicho de otra manera, pareciera que ya no buscamos hombres de Estado sino buenos gerentes.
Cuenta una anécdota que cierto poderoso empresario se reunió con los responsables de sus sucursales y que, a la hora de repartir dividendos lo hizo de manera desigual. Esto provocó que uno de los afectados le preguntara cómo él que era un hombre leal y honesto había recibido menos que otro que, se sabía, robaba a la empresa. La respuesta fue tajante: “me roba, pero es el que más me hace ganar”. Esta mostración de cinismo empresario serviría muy bien para entender con claridad de lo que estamos hablando cuando referimos la condición de eficientes y eficaces como valores.
¿Qué le pedimos a un gerente? Que sea eficiente y eficaz. Si eficiente es aquel que logra objetivos al menor costo y eficaz aquel que lo logra sin considerarlos estamos frente a alguien que totaliza el cumplimiento de los objetivos.
Las dificultades aparecen cuando nos preguntamos acerca de cuáles son los objetivos. Más aún, cuáles los objetivos del Estado. Sin entrar en proyectos revolucionarios en los que pongamos en cuestión al sistema, siendo absolutamente limitados en nuestras intenciones diríamos que, dentro del sistema económico capitalista, uno de los objetivos mínimos a alcanzar sería el logro de una vida digna para los ciudadanos. Y una vida digna considera que la educación, la salud, el trabajo son logros mínimos a alcanzar. Y este panorama no está dentro de la visión que un gerente tiene para el cumplimiento eficiente y eficaz de su tarea. Alguien que gerencia el Estado es alguien que quiere que el mismo tenga sus cuentas en orden. Y que toma decisiones con ese objetivo. De más está considerar la carga ideológica que prima en esa toma de decisiones.
Si el Estado tiene la función de cubrir bajo su estructura jurídica la vida y los bienes de sus ciudadanos no está mal que quienes tienen responsabilidades de conducción cumplan con esas condiciones de eficacia y eficiencia. Lo que es cuestionable es que para cumplir con las mismas se olvide que los ciudadanos no son números sino personas de carne y hueso en las que las decisiones que se tomen tienen efecto en su vida cotidiana. Tener la vida y los bienes bajo el paraguas de un Estado que así se lo proponga va más allá de la eficacia y la eficiencia. Significa que los números deben representar lo que la Ciencia exige para su buen cumplimiento. Se trata de bajar del terreno puramente conceptual al campo de la empiria. Transformar aquello que está en el orden de las ideas a los indicadores que adecuadamente pueden dar cuenta de las mismas y ser su representación empírica más aproximada. Dicho de otra manera: un hombre de Estado es alguien que reflexiona sobre la sociedad y el Estado que la cobija. Sin embargo a diario escuchamos expresiones de mucha argumentación técnica pero escasa representación en la vida de los hombres y mujeres comunes.
De qué sirve hablar de un PBI que ha mejorado si no tiene otro valor que la representación en promedio de bienes que le son totalmente ajenos al común de los mortales. Escuchamos hablar de República en boca de personas que han olvidado lo que tal palabra significa. La cosa pública es de pertenencia de todos los ciudadanos de nuestro país y no de un grupo de iluminados que se creen portadores de todas las virtudes que los sacralizan y los hacen dueños impolutos de esa “cosa pública” que no están dispuestos a compartir con el resto de los ciudadanos a quienes ubican en un nivel de menor significación simbólica.
No es lo mismo que la conducción del Estado esté en manos de quienes planifican lanzar satélites nacionales al espacio que de aquellos cuya preocupación pasa por designar directores nacionales con la trascendente tarea de ordenar el tránsito de las bicicletas.
• El Dr. Alberto Carli es Médico- Dr. en Medicina- Magister Scientiae en Metodología de la Investigación Científica y Tecnológica- Profesor Consulto Adjunto y Director del Centro de Epistemología en Ciencias de la Salud(Facultad de Medicina-UBA)
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