La Dra. Pía Paganelli, integrante del Centro de Investigación Académico Latinoamericano (CEDIAL) cuenta en primera persona una experiencia que alcanza a centenares de científicos en la República Argentina. Las decisiones que el Gobierno del Presidente Mauricio Macri ha tomado en el área junto al Ministro del Ministerio de Ciencia y Tecnología Luis Barañao han despertado una fuerte reacción no solo en el sistema científico sino también en el terreno universitario y la opinión pública en general.
A continuación publicamos la carta que escribió Paganelli que también fue reproducida en varios medios de comunicación.
ESTADO CIENTIFICIDA
Por Pía Paganelli
Dra. en Letras (UBA) y becaria de posdoctorado de Conicet
El viernes 16 de diciembre pasado, la experiencia individual de miles de becarios de Conicet que aspirábamos a salir de la condición de trabajadores precarios de la ciencia (un becario con título de doctor cobra un sueldo que apenas le permite pagar un alquiler, no tiene aguinaldo, aportes jubilatorios ni obra social) y cuyo ingreso se vio denegado, se convirtió en una experiencia colectiva. La sensación de frustración, de sentir que algo mal habíamos hecho, fue cediendo lugar a la bronca frente a un sistema que nos prometió continuidad e inserción profesional, para luego, expulsarnos impunemente.
La usual convocatoria que en Conicet permite que jóvenes investigadores (financiados durante 7 años por el estado argentino para formarse a nivel de doctorado y posdoctorado) finalmente ingresen como trabajadores estables del sistema científico, con derechos laborales y puedan profundizar sus líneas de investigación, así como devolverle a la sociedad aquello que ésta invirtió en formarlos; se vio brutalmente cercenada por un recorte del 60 % de ingresos. Se trata del menor número de ingresantes de la última década y retrotrae al Conicet a los niveles anteriores al año 2004, cuando se puso en marcha el plan estratégico que permitió la recuperación de su base científica. Detrás de ese 60% hay 500 valiosísimos compañeros y compañeras con familias que, a una semana de terminar el año (estrategia cuasi maquiavélica del organismo que busca neutralizar la posibilidad de organizar la resistencia y de buscar con tiempo otras fuentes de trabajo), nos enteramos de que en unos meses quedaremos desempleados. Esto, a pesar de haber sido todos recomendados por las diversas comisiones evaluadoras que sometieron nuestros currículums a un minucioso análisis a lo largo de un año.
La expulsión de 500 investigadores en este primer año de gestión de Macri augura un panorama desolador para la continuidad del sistema científico. Con varios agravantes individuales y, por lo tanto, colectivos:
A nivel individual es una estafa formar con “dedicación exclusiva” a investigadores, durante 7 u 8 años, para luego convertirlos en mano de obra ociosa incapaz de reinsertarse en el país y, por ende, forzándolos a abandonarlo. Esto no es solo un golpe para nuestras economías domésticas, sino la clausura de un proyecto profesional que supuso mucho esfuerzo intelectual y material (pagar congresos, viajes y material de estudio con becas que apenas alcanzan para cubrir gastos básicos). Pues en el ámbito privado los espacios para la investigación son nulos, y en el ámbito de las universidades públicas el problema presupuestario es casi más acuciante que el de Conicet. Es decir, se hace efectiva la invitación del Ministro Barañao de irnos a trabajar a otros países. Países, estos, claramente desarrollados (porque son los que invierten en ciencia y tecnología) que harán usufructo de la inversión que el estado argentino hizo durante años en formarnos.
A nivel colectivo, supone fragmentar grupos de trabajo que pierden recursos humanos, anular líneas de investigación estratégicas para nuestra región y, finalmente, desmantelar el Plan Argentina Innovadora 2020 que el actual ministro de CyT, Lino Barañao impulsó orgullosamente en el año 2013 para pasar de los 10.000 investigadores que ya habían ingresado para 2015, a 15.000 en 2020, es decir, un crecimiento del diez por ciento de la planta. Es este mismo ministro, que se mantuvo en su función para garantizarnos continuidad en las políticas de ciencia y tecnología, el que nos sugirió semanas atrás “irnos a trabajar afuera” y que declaró públicamente que el Conicet había crecido desmedidamente en los últimos años. Crecimiento que sin dudas él consensuó, pero que parece no recordar.
Un investigador en Argentina es un trabajador que hace grandes esfuerzos, pues durante años carece de derechos laborales básicos. Sin embargo, continúa en su labor porque hay algo del orden de la sensación de pertenencia a un proyecto de país cuya soberanía descansa en la decisión política de invertir en educación (muchos de nosotros somos o fuimos docentes de universidades nacionales) y ciencia para construir una sociedad con pensamiento crítico y autarquía intelectual y tecnológica.
La ciencia no tiene Patria, pero el hombre y la mujer de ciencia sí la tienen.