Por Ricardo E. J. Ferrari
Hay un modo de vida, que el capitalismo de mercado ha “fetichizado” siempre, a través de los medios masivos gráficos y audiovisuales a su servicio. Fastuosas fiestas. Grandiosas y costosísimas mansiones. Automóviles alta gama en los que se suben hermosas mujeres. Alhajas, piedras preciosas y pieles carísimas cuyas portadoras lucen con indiferencia. Almuerzos y cenas pantagruélicas. Desfiles de moda en balnearios exclusivos.
Habría que pensar cuál es el mensaje de esta exhibición obscena tan recurrente. No, porque “vivir bien” (definición subjetiva, si las hay) esté mal. Todos aspiramos a una “buena vida” y cada quien la define como quiere. El tema es la violencia simbólica que supone la exhibición perversa de “Lo que es bueno”, “Esta es la vida de los que saben vivir”, “Ellos sí que gozan”.
Podemos, entonces, esbozar alguna respuesta diciendo que hay una intención artera de transmitir que “esa es la buena vida”, “así hay que vivir para poder ser”, “sólo así serás reconocido”, “es a esto a lo que hay que aspirar” y todo esto ligado a una ideología meritocrática que plantea que “sólo con el esfuerzo” se puede llegar a “vivir la buena vida”. Aquel que se esfuerza “sale de la pobreza” y, el que se esfuerza mucho más aún, podrá llegar a ese cielo (“Topos Ouranós” platónico) del Jet-Set del mundo periférico. A ese “Jet Set” al que algunos llegan aún “viniendo de Villa Cañás”, “aun viniendo en tranvía y volviendo en Cadillac”, como dice, en forma recurrente, (para que no se olvide que “si se quiere, se puede”) una “almorzadora” de nuestra periferia, fuertemente identificada con los intereses del Centro.
Todo este mensaje, de “un único modo de vida feliz”, va generando en los sectores medios y bajos una fascinación por “pertenecer”, aún a costa del olvido de su verdadera problemática social. Una identificación que los lleva a perder de vista sus verdaderos intereses de clase, eligiendo el destino de sus vidas “como si fueran eso que no son, ni serán”.
Estas imágenes van generando en los sectores medios y bajos, una fascinación por “pertenecer”, en lugar de favorecer una mirada crítica o un cuestionamiento.
Existe también, como contraparte de este mensaje, otro, que suele circular por los medios masivos y también por internet, en dónde se pretende “inculcar la felicidad” en términos de simpleza, de despojamiento. Entonces vemos la foto de una florcita silvestre y la leyenda de que “La felicidad está en las cosas simples de la vida”. No hay que pretender más. Tenemos todo a nuestro alcance para ser felices, sólo tenemos que verlo. Mensaje que oculta, perversamente, la intención de inhibir el deseo de “vivir una vida mejor” o de conquistar los bienes de este mundo que, como sabemos, son de unos pocos. Esos privilegiados que intentan convencernos de que la felicidad está en “las florcitas del campo”. No sea cosa de que queramos más de lo que tenemos. No sea cosa de que advirtamos que “las florcitas del campo”, que pueden ser muy hermosas también y contribuir a nuestra felicidad, están, en verdad, al servicio de la distribución regresiva de los recursos y bienes.
Nos encontramos, entonces, con un doble mensaje que produce por un lado una idealización y la consiguiente alienación en intereses de clase que no son los propios y por el otro una resignación a una vida que no necesita más de lo que tiene.
Considero que tenemos que estar atentos ante una nueva arremetida de un rediseño axiológico de las relaciones humanas que favorece el desarrollo de las políticas neoliberales. Ya sabemos que las relaciones sociales hegemónicas características del neoliberalismo son: el individualismo, la subordinación, la competencia, la obediencia a la autoridad, la delación (producto de la instalación del discurso de la inseguridad), la resignación y, como expresé más arriba, la creencia en los logros basados únicamente en el esfuerzo personal.